25 Viernes

Creo que se me está olvidando escribir.

No es que antes lo hiciera bien, es solo que ahora me siento incapaz de ligar dos palabras y, esas dos, con otra frase. Y esa frase, con lo que quiero decir. No sé si me explico.
Lo que decía.

Llevo toda la mañana pensando en el tiempo que pasa, como un avión, por delante de las narices. En como a veces se dibuja como una línea con hitos equidistantes y, en realidad, no es más que una nube que acelera y frena según sople el viento.

Me compré una armónica en do nada más llegar, en una excursión a por leche y pimientos. Nada más ver el escaparate pensé en que hacía tiempo que quería una. El tipo de la tienda cerca de la plaza me dijo que era lo mejor para aprender. “llévate una en do, es lo básico si te llevas una de blues”. Era un tipo feo y raro. Me dijo que si quería aprender a tocar el banjo. Así, sin venir a cuento. Pagué y salí sin decir nada. Me pareció pagar calderilla por un trozo de la historia de la música popular. Eso pensé. A veces se piensan cosas que te averguenzan.
Claro.

Ahora la veo en la cocina o sobre la mesa cada mañana, como los abuelos en los bancos de la calle. Esperando algo, o echando el rato. Aún no sé soplar por un solo agujero, y menos aspirar. Nada. De todas maneras, ahí está, y eso me reconforta de alguna manera. Alguna vez me la he llevado en el bolsillo interior de la chaqueta a la oficina.
A la vuelta, más de lo mismo.

Y cuando me pongo y lo intento, desisto rápido. La cojo y la dejo, pruebo aspirar el cuatro y luego soplar bien el uno y el diez, pero nada. Y entonces la vuelvo a dejar. En los mediodías pienso que me encantaría poder hacerlo tan bonito como algunos, como dice mi compañero argentino, darle la onda. Luego por la noche, al verla ahí quieta pienso que si ves los meses como una sucesión de cuatro viernes, ni soplados ni aspirados, el tiempo vuela.

Llegamos un diecinueve de febrero y el diecinueve de agosto, la semana pasada, Seguía sin aspirar bien doblando el tres. Por lo demás, benditos viernes que pasan en nuestra guarida del número cuarentayseis, bendito tiempo que se esparce en las mañanas de miércoles y te hace volver a escribir algo.

Aunque se te esté olvidando.